Cuando los niños de infantil llegan al colegio público se advierte a los padres de que deben llegar con el pañal quitado. Si tienen accidentes del número uno se cambian en clase, si los tienen del número dos se llamará a casa para que alguien venga a hacer el cambio.

En un colegio privado lo de que vayan sin pañal es igual,  pero no suele pasar lo de que llamen a los padres, una persona de apoyo que se encarga de estas cosas.

Cada vez que sale este tema a conversación a mí me sale una cana y pierdo tres años de vida. Lo primero que me llama la atención es que decidan por el niño cuándo tiene que estar preparado para usar el pañal. Es verdad que a los tres años casi todos están listos pero ¿qué pasa con ese niño que no lo está? No hay absolutamente nada mal con ese pequeño, y sin embargo se le transmite que sí lo hay.

Aún así podría vivir con esto, hay formas respetuosas de quitar el pañal a un niño de dos años y medio, no es lo ideal si no está listo, puede que requiera más esfuerzo, pero podrá vivir con ello.

Lo de que llamen a los padres si el niño se hace caca para que vengan a cambiarlo es lo que realmente me parece preocupante, no porque se haga salir a un padre del trabajo e ir corriendo al colegio para cambiar a su hijo, si no por el niño y los 10, 30, 40 minutos que tendrá que esperar hasta que eso pase.

Incluso poniéndonos en el mejor de los casos, confiando en la bondad de su maestra, que no hace ningún comentario humillante, que maneja con maestría el asunto con el resto de alumnos y nadie comenta el tema. Incluso en ese caso, el niño se sentirá solo y apartado con su caca del resto de la clase, incómodo y seguramente avergonzado. Si ya quitamos la premisa de la buena maestra apaga y vámonos.

Seguramente llore, y seguramente se le recuerde que es que no puede hacer eso en clase, que ya es un niño mayor. O sea que primero se le obliga a dar un paso para el que no está listo, y cuando las consecuencias ocurren se le trata como si la culpa fuese suya.

Pues así va a tener que esperar la criatura hasta llegue lo que de verdad necesita un niño pequeño que se encuentra en una situación que no entiende y que le abruma: un abrazo, un no pasa nada, un aquí estoy para ti incondicionalmente, con caca, vómito, mocos o pataletas, un vamos a arreglar esto juntos.

La dignidad de la maestra - Apple Of My Eye

¿En qué momento ocurrió que un grupo de personas que ha estudiado el desarrollo del niño y cómo guiarle se reúne y ante esta premisa concluyen que esa es la mejor solución? ¿Cómo una persona que se dedica a la educación ve esa oportunidad de conexión, esa necesidad, y decide que ignorarla es la mejor respuesta? Ya lo sé, ya lo sé, con otros 25 niños por ahí corriendo, no tiene tiempo de dedicarse a limpiar a uno. Entonces ¿en qué clase de sistema educativo una maestra de niños de 3 años no puede permitirse 10 minutos de exclusividad con un alumno?

Para mí esto viene de muchos sitios: lo primero una visión de la educación y de la infancia totalmente distorsionadas y anacrónicas, pero también de una falta de presupuesto, de formación adecuada, de espacios bien adaptados, puede que venga del cansancio, también. Y en parte viene, en mi opinión, de un intento muy desatinado de dignificar la figura de la maestra de Educación Infantil.

Estoy de acuerdo con que tenemos trabajo por hacer en ese sentido, pero no creo que ese sea el camino. No creo que la maestra de Infantil sea mejor por conseguir que sus alumnos parezcan adultitos lo antes posible, que lean súper pronto, se sienten muy quietecitos y sepan hacer sumas con cuatro años. Tampoco va la cosa por suprimir la parte asistencial de nuestro trabajo. Si no precisamente de lo contrario. De elevar la infancia con toda su complejidad. Ver que esa asistencia es la base de una seguridad, de un apego y un vínculo que son paso previo e ineludible para que un cerebrito pequeño se pueda poner en modo aprender.

La dignidad de la maestra, lo que la maestra de Educación Infantil debería saber hacer mejor que nadie es ver y escuchar. Saber observar, disponer y callar. Saber preguntar, más que saber responder. Conocer donde está cada niño y qué necesita en función de eso.

Que si María se pone a escalar las sillas a lo mejor lo que necesita no es que le echen la bronca, si no a alguien que sepa observar su necesidad de explorar en ese sentido, que vea lo maravilloso que es, que comprenda las miles de notitas que está tomando su cerebro cuando lo hace (puntos de apoyo, fuerza ejercida, equilibrio).  Que a lo mejor le explique que no es un buen momento o lugar para hacer eso (si considera que no lo es por el motivo que sea), y al día siguiente se los lleve a todos al gimnasio a trepar las espalderas, o aproveche un ratito en el patio para acompañarle a escalar un árbol.

Un maestro que detecte por el rabillo del ojo que Andrés se está haciendo la picha un lío con un puzzle y no da pie con bola y sepa quedarse callado, esperando a ese contacto visual que le dará pie a ofrecer su ayuda, o no, o a presenciar y maravillarse con ese momento en que resuelve el misterio y se ve en su cara esa satisfacción personal que le habrías robado metiéndote por medio.

Que vea que Clara ya está lista para seguir ciertos trazos que imitan la escritura, pero que Pablo aún necesita darle un poco más al garabato. Y darles materiales para que así lo hagan.

De verdad que no se me ocurre un trabajo más maravilloso ni más digno en el mundo. Que la infancia es un tesoro y nosotros sus guardianes y, visto así, poder limpiar alguna caca que otra, todo un honor.

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