Soy despistada por naturaleza y confiada crónica, y esto hace que a veces me falle un poco el detector de peligros para mis hijas, no lo voy a negar. Alguna vez me he dejado a la bebé jugando con algo demasiado pequeño para ella o he salido del baño más rato de la cuenta mientras la mayor se bañaba. Como sé que esto es un peligro y que mi cerebro va un poco a pedales, intento buscar estrategias para remediarlo cuando estoy sola (si está Juanan hace él la función); por ejemplo, si tengo que salir del baño mientras está Inés en el agua porque llaman a la puerta o lo que sea, voy contando y antes de llegar a 10 tengo que estar en el baño otra vez.
Aún así si estamos con otros adultos recibimos unas 200 alertas por minuto por situaciones de supuesto peligro para las niñas, y yo de verdad que lo agradezco porque a veces realmente ha fallado el detector, pero muchas son situaciones que hemos decidido conscientemente no evitar.
Lo que puede parecer negligencia es una decisión meditada que tomamos con mucho amor. Dejamos que las niñas prueben, fallen, se hagan daño (el justo y necesario) y se ensucien porque no queremos arrebatarles vivencias, no les queremos contar algo que pueden aprender solas si les dejamos probar un poquito.

Seguramente una carrera probando al máximo sus fuerzas y la velocidad de sus piernas bien valga un rasguño en la rodilla, y seguramente si el daño no lo compensa, no lo volverán a hacer o lo harán de otra manera.
Si dejo a mi bebé en el suelo en un sitio un poco pedregoso, a la primera que intente gatear descubrirá que es mejor andar a cuatro patas, quedarse en el sitio, o pedir ayuda, y esa pizquita de autoconocimiento que se habrá llevado.
Les dejamos jugar solas en otra habitación, escalar vallas, alejarse un poco de nosotros en la calle, chupar hierba, o restregarse la comida por toda la cara y el pelo. Creo que estas cosas se traducen en autonomía, y eso es bien.

A ver no nos alarmemos, si les dejamos alejarse o correr en la calle nunca las perdemos de vista, si juegan en otra habitación entramos cada pocos minutos, y si se meten hierba a la boca, pues echamos un vistazo no vaya una avispa incluida, esas cosas de sentido común.
Me siento afortunada porque nuestra personalidad es relajada y nos permite llevar este estilo sin mucho estrés (no sin nada), también por estar rodeada de gente, Juanan el primero, que me ayuda a ver cuando a lo mejor me estoy pasando un poco. Pero como siempre, este es el equilibrio que hemos encontrado para nuestra familia, y cada familia es un mundo ¿Cuál es para vosotros ese equilibrio?


